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  • Este debate tiene 41 respuestas, 4 mensajes y ha sido actualizado por última vez el hace 15 años, 1 mes por Anónimo.
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    Anónimo
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    CAPITULO XIII
    (Un superhéroe. No basta con serlo, hay que parecerlo)

    Zzzzsssst, se había convertido en una pieza fundamental del equipo, aunque lo cierto era que todos eran imprescindibles, se complementaban a la perfección.

    Como hablaban idiomas diferentes, desde un principio optaron por tener conversaciones silenciosas, y limitarse a utilizar uno de sus variados superpoderes, el de transmitirse los pensamientos directamente, sin utilizar el farragoso mecanismo de convertir esos pensamientos en estado virgen –antes justo de tomar forma en un léxico concreto-, a frases elaboradas que luego debería articular una lengua, o una trompa –en el caso de Zzzzsssst- y tras hacer pasar aire por las correspondientes tráqueas, lanzar palabras por la boca, o por la trompa.

    El caso era que Zzzzsssst, conocedor, gracias a sus habilidades congénitas de meterse por todas partes, de los más insospechados lugares, había estado providencial al encontrar aquel refugio perfecto. Era realmente sorprendente la cantidad de sitios que hay tan solo unos metros más allá de donde pasamos todos los días y de los que ni siquiera podemos llegar a sospechar que puedan existir.

    Aquella amplia galería habilitada como almacén de material durante la construcción de la línea del metro, y abandonada después, sería un cuartel general perfecto.

    La primera decisión que tomaron nuestros amigos fue la primera que todo superhéroe que se precie debe tomar; dotarse de uniformes de guerra adecuados.

    Zzzzsssst lo tuvo claro desde el principio porque siempre lo había deseado y nunca pudo hacerlo, pero ahora que tenía superpoderes sería un juego de niños colocarse entre la cabeza y el abdomen (cubriendo parcialmente el tórax) una diminuta –a escala humana- bolita perforada de plata, que además no le costó encontrar. Hacía mucho tiempo que la tenía localizada en la rendija entre dos bordillos de las Ramblas a la altura de la calle Sucedió Bien, justo detrás de un quiosco. Era la que terminaba las cuentas y aún tenía adosado el cierre de lo que fue un collar.

    Tras ser debidamente pulida y una vez afianzada correctamente, Zzzzsssst, al volar, despedía unos destellos espectaculares, como ningún otro superhéroe había sido capaz de hacer hasta entonces. Parecía un minúsculo proyectil capaz de cambiar de trayectoria con la velocidad del rayo.

    Jacin, en un principio optó por un traje de vivos colores de tipo “licra”, que se ajustara a su ahora marcada y armónica musculatura, compró varios de esos tejidos en el Corte Inglés el día de su fuga del hospital, pero tras algunas pruebas decidió que no era lo correcto. A pesar de no afectarle a él –era indestructible-, un motard no podía ir vestido de bailarina de ballet, daba un mal ejemplo. El iría vestido de motard; botas de caña alta, pantalones de pana gruesa, chupa de piel años 30, gorro de aviador, también de piel, guantes a juego y gafas de aviador, también años 30. Un gran bordado en la espalda; “MOTOMAN”, completaría su equipo.

    Lucero, más prosaico y natural, optó por la desnudez –le resultaba más cómodo-, tan solo una capa de color negro azabache y forrada de lentejuelas azules y blancas dibujando la palabra “MOTOCAN” constituiría su uniforme de guerra.

    Vestidos de esa guisa, y a escasos metros de donde Yolanda esperaba el metro que la llevara al Paseo Gracioso, acabaron de perfilar la estrategia.

    Amador2008-12-08 18:49:30

    #101470
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    Capítulo VIII. Yolanda y Motoman aún…… nada de nada

    #101471
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    quote santiymoni:

    Capítulo VIII. Yolanda y Motoman aún…… nada de nada

    Paciencia nenggg que ya caera

    #101472
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    CAPITULO XIV

    En el otro extremo del mundo los herederos y continuadores de las doctrinas económicas implantadas por Ronaldo Reegee y avaladas y potenciadas por su homónima en el Reino de la Decadencia Unida, acababan de perder las elecciones.
    Así, el que comprara en sociedad con Ánsar una destilería de wodka y dejara sin Don Simón y Vega Sicilia a Reputin, acabaría su mandato como pésimo estadista –luego se le justificaría por ser amo absoluto de una oligofrenia galopante-, y por ello volvería a darse a la bebida, no de vodka –que no le gustaba- sino de chinchón. Por aquello de la clase y el nivel.

    Allí mismo, estaba a punto para ser investido Pope Mayor un tal Obamos Cava, del que muchos decían que “por muy bronceado que esté, un pijo, siempre será un pijo”.

    Parecía, de todos modos, que a la fin los voraces integrantes de la secta de los “neocon”, formados en Harvard, empapelados en masters obtenidos en Tokio, y amos de Wall Street, avezados, por tanto, en lenguas crípticas y acuñadores de la máxima hasta el momento imperante de; “A Beneficio privado, error colectivo. A mis pérdidas personales, pérdidas sociales”, parecía que tenían sus días contados.

    Sobre todas estas cosas y muchas otras relacionadas con la empresa que se habían propuesto llevar a buen fin, era sobre lo que debatían Motomán, Mosquimoto y Motocan.

    Era imprescindible no dejar nada al azar, cualquier dato era relevante, todos los entresijos del sistema debían ser analizados y debatidos, para afrontar con éxito la ardua tarea de sacar de su poltrona a Pedro Nadetarro.

    Eran absolutamente sabedores que los fines que movían la DGTR eran única y exclusivamente los de atesorar las más grandes cantidades de dinero, por lo tanto del dinero y del poder –cosas destinadas a compartir techo-, y de aquellos que lo controlaban y manejaban, era de lo que debían saber más.

    Si la DGTR dejaba de producir dinero, Pedro Nadetarro habría fracasado, y sus superiores –responsables intermedios entre este y los verdaderos ladrones- se desharían de él, antes que de ellos mismos.

    Establecido pues el origen de los males, señalados sus responsables y desgranada la laberíntica trama que los hacía posibles, nuestros héroes se pusieron manos a la obra, y empezaron por salir de “compras”. Necesitaban material y pertrechos, y los tomarían prestados.

    Era ocho de agosto, y a esa hora Galécrates Hipono enfilaba en un taxi la Sukhumvit Road en busca del JW Marriott Hotel.

    #101473
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    CAPITULO XV

    De entre todos los números que encontró en la lista de contactos del Nokia E90 que Carlitos, a su pesar, le entregara, diecisiete habían sido ya descartados, todos pertenecían a domicilios que solían encargar pizzas, aunque no dejaba de ser curioso, que todos, o mejor dicho, todas las entrevistadas –siempre señoras de mediana edad y de buen ver-, acabaran por confesar que también solían pedir que fuera Jacin el que les hiciera llegar el encargo, no obstante, nada más allá de lo que parecía obvio, aportaba ningún dato de valor al detective Lalupa. Revisó el resto de la lista y pudo comprobar que los números restantes también estaban identificados con nombres de mujer.

    Decidió probar suerte y accedió a lista de llamadas recibidas; Un solo número, justo el de Martina. No le serviría.
    Lo intentó con la de llamadas enviadas, y ahí estaba, un único número, y esta vez pertenecía a un teléfono fijo con prefijo diferente al de la ciudad. Valía la pena intentarlo.

    Cuando tras llamar –a diferentes horas- por décima vez al número no obtuvo respuesta, Arnaldo supo que ahí había pomodoro maturo. Tendría que mover algunos hilos para descubrir quién estaba detrás de aquel teléfono.

    No le costó demasiado averiguarlo, y tampoco le costó ningún favor, el prefijo correspondía a un pueblecito interior de la región norte. Se hizo con un listín telefónico de la zona y tras repasar media página –los correspondientes al pueblo ocupaban apenas una- dio con él.

    Decidió que aprovecharía el fin de semana para presentarse personalmente, y de paso también visitaría alcuni camerati de la familia, que utilizaban la zona para apartarse de la circulación cuando en su Sicilia natal las cosas se ponían feas.

    Lalupa, aunque formalmente no pertenecía a ninguna de la familias, se había criado en su ambiente, conocía a sus miembros y se llevaba bien, incluso, con gentes de clanes enfrentados, y ya desde ragazzo hacía para ellos todos los favores que le solicitaban.

    Siempre había sido un superviviente nato y sabía nadar en todas direcciones, ninguno le pidió jamás un favor que lo pudiera comprometer con alguno de los otros.

    Se levantó –como siempre- temprano, tomó una ducha fría y desayunó dos huevos fritos a la calabresse con mucho picante y acabó con la media botella de Syrah tinto que sobró de la cena.

    Lustró a conciencia los “Pollini”, y escogió para la ocasión el Dolce&Gabbana blanco de hilo, llevaría una ligera camisa negra de Enrico Monti, sin corbata.

    Ajustó las correas de la fondina, comprobó que los cinco orificios del tambor del pequeño Ruger SP 101 del .357 estuvieran ocupados, lo aseguró a la fondina, y se dispuso a bajar hasta el parking del edificio.

    Eran las nueve de la mañana cuando un Triumph GT 6 MkIII 2 litros de color rojo del 70 aminoraba la velocidad al acercarse al primer radar que había al salir de la ciudad. Cuando estuvo seguro de que ya no podía ser detectado, aceleró a fondo.

    Arnaldo Lalupa no podía saber que el radar nunca se hubiese disparado.

    Aunque involuntariamente, Motoman, lo había inutilizado.

    Amador2008-12-10 22:36:14

    #101474
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    CAPITULO XVI

    Si Carlitos Sirena hubiese sabido los problemas que le llegaría a acarrear haber contestado marcando desde el móvil de Jacin una llamada incontestada a su propio teléfono, jamás hubiese pensado en ahorrarse unas monedas utilizando el móvil del accidentado.

    Pero así lo hizo, y tras llegar a casa aquel día, después de cinco horas retenido en el hospital, repasó la lista de llamadas recibidas, y marcó. Después de no recibir contestación olvidó la llamada para siempre.

    Narcís Surera, era el cabeza visible de la quinta generación. La saga de los Sureras era la viva muestra del éxito empresarial. Él mismo, estaba considerado el único empresario “corchero” de toda la comarca, y aún del país, capaz no solo de sobrevivir, sino, de progresar. Y de que manera.

    A partir del segundo tercio del siglo pasado la explotación del corcho sufrió un declive agónico y continuado, solo ciertas modas en el terreno de la decoración, insuflaron algo de aire en la decadente industria que veía, impotente, como nuevos materiales sustituían su materia primera, incluso en aquellos menesteres que consideraban inamovibles.

    Narcís siempre supo encontrar nuevos mercados y aunque ciertas ventas debían ser disimuladas con multitud de complicados papeleos para ocultar el destino de la mercancía, sus empleados nunca estuvieron ociosos. Por eso Florià Malversante, su amigo de la infancia, y desde que se hiciera cargo del negocio familiar, su asesor de confianza, regentaba a su vez la gestoría más floreciente de la capital de la comarca, con delegaciones en casi todos los pueblos de la misma.

    En la reunión del dia anterior, Narcís volvió a comentar la intranquilidad que le producía el que aquella llamada a un número equivocado pudiera traerle problemas. Era la primera vez que hacía algo así, llamar desde un fijo de la empresa y encima equivocarse de número. Sí, ya sabía que tan solo sonó dos veces cuando se percató del error y colgó, pero en algún sitio constaría el número. Había llamadas que no se debían hacer aunque fueran de vital importáncia, si la linia no era segura y su móvil inidentificable se hubiese hecho añicos al caérsele del bolsillo en una prensa compactadora.

    Floriá volvió a tranquilizar a su amigo quitándole importáncia al hecho y acordaron pasar el fin de semana con las Alsina y los niños –así llamaban entre ellos a sus mujeres, hermanas entre sí, y también colegas de la época escolar.

    En el momento en que Arnaldo retiraba la “American Express” de la ranura de cobro del peaje, a unos quince minutos de su destino, Narcís, apretaba ligeramente el acelerador de su Z6 V8 Twin Turbo y dejaba que la transmisión automática hiciera el resto.

    Cuando el detective aparcó frente al muelle de carga de “Manipuladors del Suro, S.A.”, el fantástico BMW superaba la barrera del peaje y su conductor metía el “plástico platino” en el bolsillo.

    Esa mañana, mientras Arnaldo Lalupa interrogaba con preguntas aparentemente inocentes al camarero del bar “El Tap”, y Narcís disfrutaba con la familia en Pont a la Aventura, tres sigilosas figuras pintaban de sombras las paredes del depósito de vehículos requisados de los Cuadrantes Azules.

    Amador2008-12-18 00:44:35

    #101475
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    CAPITULO XVII

    Llevaba poco tiempo a cargo de la división, y aunque era agnóstico, el caso era de “Sagrada Escritura”. Se preguntaba si tendría que pedir ayuda al obispado. Al fin y al cabo muertos resucitados solo se daban como ciertos en ámbitos eclesiales.

    El único rastro posible eran las declaraciones del médico, las enfermeras y los sanitarios de la ambulancia y si no fuese por la reputación de todos ellos, se diría que habían sido hechas en pleno “delirium tremens”. Todas menos la reputación del conductor, el tal Carlos Sirena tenía dos personalidades y dos uniformes, el de sanitario y el de skinred. Por otra parte los datos que pudo obtener a través del Scarabeo no le aportaron absolutamente nada. De Scarabeo solo tenía el “logo” de plástico, el resto de la moto era obra de algún Frankenstein especialista en motos; un bloque motor de “Montesita”, un cuadro de “Torrot”, manillar, manetas, puños y guardabarros trasero de “Guzzi”, sillín de “Vespino”, en fin, un injerto total e inclasificable, y menos aún, identificable.

    Decidió tirar del hilo del chofer, y envió a dos de sus hombres –de paisano- a sondearlo.

    Después de leer el informe, del que se desprendía tan solo la ratificación de lo ya declarado el día de autos en comisaría, llamó a sus hombres para el cambio de impresiones de rigor.

    -Puntí, ¿como reaccionó a las preguntas inversas?
    -Rectificándolas. Con firmeza y sin dudas.
    -Y no hay nada de nada, en su manera de reaccionar, de responder, no sé, ustedes ya me entienden.
    -Bueno, -esta vez respondió Campos- quizás al abrir la puerta, cuando nos identificamos, bien, no lo sabría decir. Se extrañó. Como si ya hubiese pasado por ello.
    -Campos, que ya lo interrogamos, no es extraño.
    -No. Quiero decir que reaccionó como si ya alguien se hubiera presentado en su casa para interrogarlo. Es una impresión, igual me equivoco.

    Antoni Cartabó llevaba poco tiempo como inspector jefe, pero no había llegado al puesto por casualidad, tenía buen olfato, su paso por los hermanos de la Salle en su época escolar le había facilitado un inacabable campo de prácticas, que aprovechó descubriendo las sutiles contradicciones en que sus educadores indefectiblemente incurrían. Era un educado cínico hábil e inteligente, que leía más allá de lo aparente.

    Despidió a sus colaboradores y decidió que pondría a su mejor rastreador a buscarle las cosquillas a Sirena. En tres o cuatro días sabría hasta los antojos que tuvo su madre antes de parirlo.

    Una vez resuelta la parte de su trabajo que más le apremiaba, tachó de su agenda la anotación que hacía referencia a ello y leyó la siguiente:

    *Llamar a Depósito de Requisas

    -¿Que se les habrá roto? –pensó-, ignorando que catorce metros debajo de sus pies estaba la respuesta.

    Amador2008-12-16 23:36:57

    #101476
    Anónimo
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    CAPITULO XVIII

    Zulahika Gharbi era ciertamente una mujer atípica en un país machista hasta la médula. Huérfana desde los 11 años, supo abrirse paso en la vida, y conocer doce años antes –cuando sus encantos estaban en su cenit- a aquel “guiri” en busca de aventuras “exóticas”, había representado para ella el paso definitivo. Desde su cuartel general al pié del Djebel(1)Chambi, controlaba la mayor extensión de alcornoques de todo Túnez.

    Ahora dirigía un ejército de campesinos que se encargaban de mimar los árboles para que produjeran aquel corcho por el que medio mundo se peleaba.

    Cualquier bebida o licor que se sellara en su botella con un tapón hecho del corcho que ella producía, tenía asegurada la demanda. Poco importaba la razón, al fin y al cabo a nadie le importaba si las hormigas, las lombrices y demás bichejos que habitaban en sus plantaciones se sentían más desinhibidos de lo normal en sus relaciones sociales.

    Su cometido era controlar cada día que la mezcla se realizase a la perfección y sin “mermas”, y que cada uno de sus 380.000 árboles recibiera su ración de “abono”, y saber que para elaborarlo, alguien desde Dungunầb y a través del Mar Rojo les hiciera llegar el polvo blanco, o que la mezcla de minerales y esencias aromáticas llegara desde Oujda, la tenía sin cuidado.

    La correcta gestión de la entresaca del corcho la delegaba a sus capataces y estos debían procurar que la producción no cesara, de modo que cada nueve años todos los árboles hubiesen sido “descorchados” de modo rotativo.

    Cada tres meses el convoy de camiones se llevaba el cargamento hasta Bizerte para ser embarcado hacia la costa este del Mediterráneo, donde su “guiri” se encargaría de transformar una parte en tapones y recuperar el polvo blanco de la otra.

    Eran poco más de las doce de medio día cuando un Hummer H3 Alpha de color negro y completamente cubierto de polvo frenó bruscamente en el patio.

    Vio, sin inmutarse, desde el porche, como descendían cinco individuos. Uno de ellos vestía traje de corte italiano y cubría sus ojos del intenso sol Tunecino con unas Aviator 3030.

    -Salam malecom, Zulahika.
    -Malecom salam,ومن يريد ان”

    (1) Montaña o monte
    (2) “Quién quiera que seas”

    Amador2008-12-30 00:57:59

    #101477
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    CAPITULO XIX

    Como cada noche cerró el bar a las doce en punto, arrancó la África Twin a la primera y se dirigió hacia su casa, en el barrio antiguo.

    Entró con la moto en marcha en el portal -a quién le importaría, era el único inquilino que aún resistía la presión de los propietarios-, paró el motor, buscó la linterna que guardaba en un hueco de la pared, cerró y apuntaló la puerta por dentro y subió las escaleras precedido por el tenue haz de luz de la linterna.

    Una vez dentro del piso lo primero que hizo fue arrancar el pequeño generador a gas. Una vez la luz de las tres bombillas se estabilizó volvió hacia la puerta para asegurarla, y algo llamó su atención en el suelo.

    Cogió la hoja de papel, afianzó la puerta y se dirigió a la pequeña salita-comedor-cocina para leerla a la luz de la bombilla.

    -Mañana te espero a las 12 y media de la noche en el andén de la estación 5 de la línea verde, al lado del cartel que anuncia la peli esa de los kiwis verdes.
    Jacin.-

    Vaya, ¿donde habría estado todos estos días?

    Efrén era un auténtico lobo estepario, no habría corrido ni aunque su padre se estuviera ahogando, pero Jacin era otra cosa, no era un simple humano gris y anodino, era casi como un amigo –nunca había tenido amigos, pero debían ser algo así-.

    Ya ni recordaba desde cuando se conocían y bien pocas cosas sabía de él, aparte de que dejó los estudios en primer curso de ingeniería mecánica por que se aburría, o por que lo echaron por dejar en evidencia a los catedráticos – no lo recordaba bien-. Lo cierto es que desde que entrara un día al “Malos Tragos” para tomar un café y tras negárselo por que “La Pavoni” estaba estropeada, se ofreciera a arreglarla, y sin esperar la contestación, lo hiciera en diez minutos, desmontándola y volviéndola a montar con una simple navajita multiusos, habían simpatizado lo suficiente para considerarse amigos.

    Y allí estaba él; guardando en su casa todos aquellos libros y las cajas de herramientas, los diversos motores de las cosas más insólitas, multitud de piezas y demás ingenios mecánicos que Jacin le fuera confiando. De hecho ocupaban ya varios de los pisos deshabitados de la finca.

    Calentó una olla llena de agua en el “camping gas”, se desnudó, se metió en un barreño de plástico, se aseó a conciencia y destapado, sobre el colchón que ocupaba uno de los dos cuartitos de su humilde vivienda se dispuso a dormir.

    Zzzzsssst en esos momentos andaba metido en los armarios de los ordenadores de la DGTR haciendo chisporrotear con su magnífica coraza de plata todos los circuitos internos de las máquinas.

    Mientras, Motocan y Motoman se escurrían como sombras por el patio de luces de la casa donde vivía Pedro Nadetarro.

    Amador2008-12-21 19:10:24

    #101478
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    COMUNICADO

    Motomán comunica para general conocimiento que durante los días 24 del presente a 7 del venidero, permanecerá recluido en secreto lugar donde ni luces de colores, ni cánticos ñoños, ni niños dictadores, ni reyes a lomos de jorobados ungulados, ni ancianos con chandal rojo y barbas blancas, ni equinos híbridos , ni cabestros, ni vígenes, ni carpinteros de frente abultada, ni palomos libidinosos, ni grandes almacenes, ni troncos con cara, lo puedan encontrar.
    Pasada la tormenta volverá a prestar servicio.Amador2008-12-23 22:44:24

    #101479
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    Si señor, que descanse, que se lo merece.Yel perrito también.
    Como vendrá con las pilas cargadas seguro que no deja títere con cabeza.

    #101480
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    #101481
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    CAPITULO XX

    Sacó el último cigarrillo y con la mano derecha estrujó el paquete de “Alitas”–ya vacío-, tirándolo al suelo de la cabina, lo encendió con calmada parsimonia, dio una fuerte calada, y manteniéndolo entre los labios se dispuso a encarar la pista con la Cessna 170B. La Sig Sauer 9 parabelum de quince balas y cargador al tresbolillo, reposaba en el asiento, preparada por si acaso.

    Era el mejor, capaz de meter –y sacar- el pájaro en 200 metros de pista en medio de la selva de la Sierra Madre. Metió la palanca de los flaps en la última muesca y se dejó caer acompañado por el crepitar de la chicharra de pérdida.

    Siete minutos después le daba un trago a la botella de Herradura Reposado que siempre cargaba consigo, y con la panza de la Cessna abarrotada de paquetes de la fina y de mota con sus envoltorios de plástico, aceleraba en vacío dispuesto a soltar los frenos y salir del agujero.

    Tenía más de cincuenta años sobre sus alas pero los mimos que el Güero Polaco le prodigara desde que la compró, diez años atrás, con el producto de su primer negocio serio, la mantenía impecable y la hacía la mejor herramienta para su trabajo.

    Como casi siempre, por poco, por muy poco la Cessna aproó su morro hacia el cielo después de casi rozar los árboles.

    Ahora que los clásicos se tiraban al cristal y el éxtasis, a ellos, a su jefe, Porfirio Carrillo “El Chinche”, les iba de lo más con lo clásico, y el siempre podía mantener sus trapiches particulares, así que ahora a volar bajito para eludir los radares del Sistema Hemisférico y las pantallas de los aviones Orión pagados por los gringos.

    Los negocios con los morenos de Sudán eran florecientes y no había que desperdiciar mordida. Que se modernicen ellos –solía pensar-

    Se sentía un triunfador, tenía un buen carro –rojo y grandón-, su seguro de vida en dólares en una cuenta en Suiza, y jamás pensaba en que en su papel de ratón, los federales, la DEA, o algún pinche mal comprado, lo pudieran quebrar. Todos lo respetaban o lo temian, y la Sig Sauer o la Errequince lastraban con plomo a cualquiera que se le quisiera chingar o le pusiera el dedo.

    Así que mientras se mesaba los rubios cabellos, pensando en la José Cuervo Platino que se tomaría en su “caballito” de cristal –como debe ser-, cuando entregada la carga regresara a Culiacán, cantaba su corrido preferido;

    Los amigos de mi padre
    Me admiran y me respetan
    Y en dos y trescientos metros
    Levanto las avionetas.
    De diferentes calibres,
    Manejo las metralletas…

    Oriol Puig, alias el Güero Polaco, poco se imaginaba que su carga iba a acabar alimentando alcornoques para tapar con su corteza, entre otras, botellas de cava de su tierra natal.

    Amador2008-12-30 01:05:24

    #101482
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    CAPITULO XXI

    En tan solo cuatro horas consiguieron desmontar y trasladar a su cuartel general todo el material que necesitaban. Verlos trabajar hubiese despertado la envidia y admiración del mejor de los talleres mecánicos. Era una gozada la precisión y rapidez con que Motomám manejaba las llaves fijas, los destornilladores, los extractores, las carracas, en fin, que seguro que lo hubiesen fichado con contrato blindado por un montón de decenas de miles de euros.

    Mosquimoto y Motocan se encargaban de ir transportando el material con rapidísimos desplazamientos desde la periferia (donde estaba situado el Depósito de Requisas), hasta el otro lado de la ciudad.

    Mosquimoto volaba a gran altura para no ser visto. A cualquiera le hubiese extrañado ver volar libremente por la ciudad piezas mecánicas del tamaño de un bloque motor o incluso una embarcación completa.

    Motocan transportaba cargas de menor tamaño, pués se movía por túneles y alcantarillas, ya que utilizaba la ciudad subterránea y paralela que se encuentra bajo los pies de los ciudadanos comunes.

    En total transportaron piezas, cables, centralitas y demás componentes mecánicos de siete coches y 16 motos escogidas cuidadosamente de entre todos los vehículos que los Cuadrantes Azules habían requisado a diversos narcos y delincuentes. También se llevaron el casco y los motores de una lancha rápida.

    Pese a las precauciones tomadas, a la mañana siguiente hubo gente que se despertó recordando vagamente sueños en los que aparecían volando o desapareciendo bajo el suelo extraños objetos mecánicos.

    A las ocho de la mañana el encargado del Depósito de Requisas dio la alarma a la central sobre el desaguisado al encontrar multitud de vehículos patas arriba, y a las nueve la secretaria del Intendente Cartabó anotaba rutinariamente la incidencia en la agenda de su jefe.

    León Cifuentes, el encargado de abrir las cancelas del Parque de la Ciudadela, vio aquella mañana el lago del parque vacío. Más tarde, al investigar las causas descubrieron un boquete insondable de unos veinticinco centímetros por el que al parecer se había escurrido toda el agua. Nunca llegaron a saber que doscientos metros más abajo descansaba un pistón de falda corta con los aros rotos y aún unido a su biela, ni que a Mosquimoto cuando volaba a mil quinientos metros de altura le falló la pata del medio del lado derecho.

    Los Cuadrantes Azules jamás llegarían a desentrañar el misterio y semanas después seria borrado de todos los registros, los restos mecánicos llevados furtivamente a un desguace y el agujero inyectado de hormigón.

    Para entonces Motomán y sus mascotas ya disponían, en perfecto orden de marcha, de tres dispares vehículos con los que abordar su plan.

    #101483
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    CAPITULO XXII

    Les invitó a sentarse en el porche, en la misma mesa donde minutos antes había estado tomando un refrigerio, e hizo servir más limonada dulce y muy fría espolvoreada con canela molida.

    Zulahika escuchaba con aparente atención las amables demandas del hombre de las Ray Ban

    Este, se expresaba en un francés con marcado acento ruso y salpicado de palabras nativas;

    -Debemos comprrobar todos los estrremos de la norrmativa FSC (1), y parra ello su emprresa deberrá asumir todos los gastos de estansia y desplasamientos de nuestrros técnicos. Calculamos que prrobablemente necesiten entrre… chetire y pyat’, quierro desir…, entre cuatrro –¿se dise así?- y sinco días para el trabajo de campo.

    Había, no obstante, en la impostura del ruso, un cierto aire imperativo, y aquella actitud difícil de disimular del que está acostumbrado a mandar y no espera ser replicado. El ruso se esforzaba por aparecer amable y condescendiente.

    Ella era conocedora de las gestiones realizadas por Narci –como solía llamarlo en privado- para conseguir la certificación internacional para los alcornocales, nada como aparentar una entusiasta conciencia ecológica para dotar de prestigio a cualquier empresa, y mucho más a una empresa como aquella tan alejada de las buenas prácticas –y de los buenos fines-.

    Decidió seguir aparentando interés y daba conformidad, asintiendo con la cabeza, a los requisitos y formalidades que Oleg Svistounov le iba exponiendo. Súbitamente miró el pequeño Omega de oro mazizo y diamantes -regalo de su guiri-que cargaba en su muñeca derecha, se levantantó finjiendo un asunto inaplazable, y disculpándose, entró en la casa.
    Mientras Zulahika daba instrucciones a uno de sus ayudantes, Fethaláh el camarero, que desde que sirviera el refresco habia permanecido discretamente a una distáncia prudencial–en realidad era el guardaespaldas personal de Zulahika- no quitaba ojo a los cinco visitantes.
    La anfitriona apareció a los pocos minutos y tras unas últimas formalidades y quedar de acuerdo en las fechas para la inspección, se despidieron con un formal apretón de manos;

    -Spasibo, Zulahika
    -Malecom Salam
    -Do svidaniya

    El Hummer arrancó suavemente y desapareció entre una nube de polvo.

    Apenas media hora después y durante la comida, Zulahika recibió una llamada a su móvil personal. Una voz neutra, sin entonación, le confirmó que su ayudante había hecho las llamadas precisas. Sus sospechas habían resultado ciertas y además la familiaridad ofensiva de aquel tipo llamándola por su nombre le había molestado al punto de desear que fueran ciertas.

    -Ya no hay osos en la arena

    Sin responder apretó el botón rojo de su móvil y complacida, siguió comiendo.

    Oleg, sus cuatro gorilas y el Hummer negro dejaron este mundo sin llegar a saber que oficialmente nunca habían estado en Túnez. De hecho esa misma noche estarían viajando por el Jónico hacia Grecia, los seis iban a descansar para siempre, todos juntos, metidos en un container sin marcas, y cubiertos por 5.210 metros de agua salada, en la Fosa de Matapan (2).

    Alguien, en algún lugar del este europeo iba ha tener motivos para cabrearse, y Zulahika lo sabía.

    (1) Acrónimo de Forest Stewardship Council. (Organización internacional independiente, no gubernamental y sin fines de lucro, fundada en Toronto en 1993. La actividad principal de la FSC es acreditar que la gestión forestal esté inspirada en sus 10 principios). (2) Fosa marina donde el Mediterràneo alcanza su máxima profundidadAmador2009-01-02 01:19:39

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