Recuerdo nítidamente cuando aún solo era la mitad de mí.
Lo anterior todavía permanece entre tinieblas, pero sí se que fui otra cosa antes, entera, y aún antes otras, diferentes y también enteras.
No se cuanto tiempo estuvimos todos juntos, mis otros hermanos y yo, nadando en el fluido, allí, encerrados, pero sí que puedo describir con precisión el momento en que aquel impulso incontestable e imperativo nos empujó a todos hacia el exterior. Sentí frío pero no dejé de agitar mi cola frenéticamente, igual que mis hermanos.
Allí, recuerdo, encontramos otras mitades de nosotros y todos pugnamos, empujamos y peleamos…, yo conseguí fundirme con la otra mitad y ya nunca supe de mis medios hermanos.
Más tarde los volví a encontrar en el exterior, ya enteros, como yo, después de que el espacio se me quedara pequeño y tras vencer una situación de ahogo por falta de aire.
Todos, a pesar de estar ya completos, con nuestras dos partes unidas en un solo yo, seguíamos nadando en el fluido, esta vez más fresco y luminoso, pero ahora era diferente, teníamos que valernos por nosotros mismos para encontrar el alimento y además nos volvimos cautos, desconfiados y huidizos. Otros seres nos acechaban.
Estaba convencido que tarde o temprano me crecerían los brazos y las piernas que iban a sustituir la cola que ahora me servía para desplazarme, y además me permitirían poder conducir aquella máquina de dos ruedas que, aunque de forma imprecisa, recordaba que mucho tiempo atrás, mucho antes de diez o quince procesos de juntar mis mitades, había conducido.
Efectivamente, funcionaba, semanas después comenzaron a apuntar en mi tórax y en mis caderas unos incipientes miembros que se tenían que convertir en las anheladas extremidades.
Crecieron y se moldearon, con sus dedos para el claxon y sus pies para frenar y cambiar, y mi cola desapareció.
Por fin llegó el día en que me acerqué a la orilla del fluido, y con piernas y brazos trepé por el su linde hasta alcanzar tierra firme.
Después de muchas lunas y de ocupar formas ápodas unas veces, con aletas otras, incluso excesivamente polípodas algunas, por fín tendría la forma adecuada y sería el ser preciso para mi ansiada meta, por fin podría de nuevo acariciar aquel emblema bicolor de puro blanco y reluciente azul y fluir veloz sintiendo el viento acariciar mi cara.
Henchido de emoción y ya rodeado de nuevo de aire me dispuse a gritar su nombre; llené todo lo posible mis pulmones con la reencontrada frescura de la brisa, y grité:
CROACK, CROACK, CROACK Amador2009-10-04 21:08:32