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  • Este debate tiene 41 respuestas, 4 mensajes y ha sido actualizado por última vez el hace 15 años, 1 mes por Anónimo.
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    Anónimo
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    Todo lo que se va a contar aquí es rigurosamente cierto, pertenece a una realidad soñada y todos sabemos que los sueños se cumplen si se cree en ellos. Como la tarea de Motomán no es fácil, sus aventuras no son cortas, tiene un largo camino de conquistas por delante, así que las entregas se irán haciendo por capítulos a medida que se vayan produciendo los hechos. Por hoy bastará con el Prólogo. ¡ Larga vida a Motomán y sus mascotas!

    LAS AVENTURAS DE MOTOMAN

    Prólogo y orígenes

    Durante el primer decenio del siglo XXI la persecución sobre los buenos se fué lentamente haciendo inexorable, asfixiante.
    La admistración del DGTR (*) y de sus Califatos regionales se fué tornando más oscura y corrupta primando a los malos, ineficaces y mermados, a costa de la persecución sistemática de los buenos, eficientes y hábiles, por medio de un martilleante, continuo y maquiavélico discurso en el que sistemáticamente se difundian mensajes destinados a confundir el sentido común y la prudéncia con moverse patosamente, interferir las trayectórias inteligentes y eficaces y en general molestar al resto de máquinas en traslado.
    Al frente del DGTR, el nefando Pedro Nadetarro gozaba del beneplácito de sus superiores y actuaba a sus anchas como un niño maleducado y consentido al que se le concedian todos sus caprichos.
    En los Califatos los popes federados seguian su ejemplo y maneras. Entre ellos el Jefe de la región Noreste, Joan Saurádanar-jà, que al frente de su ejército de uniformados, los Cuadrantes azules, destacaba por perseguír rastreramente la sonrisa y el beneplácito de su ladino jefe.
    Afortunadamente para las buenas gentes y a causa de la mezquina codicia que guiaba al DGTR, uno de los juguetes tragaperras disparadores de rayos con los que ingresaban ingentes cantidades de dinero y de puntos-licéncia, fue afinado con la pretensión de hacer trampa incluso midiendo al alza las relaciones espacio-tiempo de forma que tubieran que pagar incluso los que no llegaban a las cifras oficiales de consumo espacio-tiempo, con la buena fortuna que el haz de rayos sufrió una mutación de tipo vibro-bio-elipsoide contrasincrotónica capaz de transmutar los tejidos biocelulares de los entes orgánicos dotados de vida y capaces de influir en el mecanismo de disparo del tragaperras, osea, capaces de desplazarse.
    La venganza a los continuos saqueos de las carteras ajenas, a los accidentes provocados por la desidia en el mantenimiento de las redes viarias, a las muertes y mutilaciones de tripulantes de vehiculos birueda debidos a los deliberadamente mortales contenerutas, y en fin, a todas las tropelias de la DGTR, empezaba a fraguarse.
    Estaban a punto de nacer Motomán y sus mascotas justicieras

    (*) Directorio General de Traslaciones del Reino

    Amador2008-12-09 11:38:34

    #101455
    Anónimo
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    CAPÍTULO I
    (Un superhéroe en estado embrionario, y el nacimiento de la primera mascota)

    Jacinto Estan Camino, Jacin para los íntimos (dos, su perro Lucero y el amo del bar Malos Tragos), tenía tan sólo diez minutos para poder realizar la entrega a tiempo y optar a la propina, los señores de Quijano solo se la daban si llegaba en el tiempo previsto.

    De modo que salió de la ciudad por el arcén de la A-7 a todo gas, a todo el que su trotinado Scarabeo del 90 daba, para hacer luego un giro poco ortodoxo y poder llegar a tiempo.

    Mientras pensaba en como ingeniárselas para cambiar la moto por algo que no amenazara ruina, su fiel amigo Lucero, instalado en la cesta que él mismo había pegado con cinta americana en la parte trasera del baúl de las pizzas, se refrescaba del agobiante calor de aquel día de agosto, mordiendo y deglutiendo el aire. Ninguno de los dos podía imaginarse que aquel día iba a ser el primero de sus nuevas vidas.

    La moto apenas alcanzaba los 40 kilómetros por hora a pesar del ruido del escape, del cante del pistón y del constante tintineo a que las vibraciones sometían a las piezas desencajadas del chasis y carrocería –que eran todas-. Jacin vio como lentamente –la velocidad no daba para más- una lata de refresco seguramente arrojada por algún “pelao” a bordo de un coche tuneado, se acercaba a la rueda delantera de su Scarabeo, como tenia tiempo evaluó sin prisas si la esquivaría por la derecha, o si lo haría por la izquierda. Por la derecha parecía que no tendría suficiente espacio, y si pisaba la lata con la llanta en forma de símbolo de infinito que llevaba igual se iba a tomar por culo, por la izquierda tenía más margen.

    De modo que tomada la decisión y a solo tres o cuatro metros de la lata, dejó de pensar, y sin mirar el retrovisor, que por cierto hacía más de un año se había dejado colgado de un Aston Martin en un semáforo de la Diagonal, tiró del manillar e hizo desplazarse a la moto hacia la izquierda.

    El conductor del trailer de Transcontinental Transports, que en ese momento se estaba sonando los mocos que se resistían a ser evacuados por la fuerza de su casa de nacimiento, ni siquiera se enteró, y tres días después, ajeno a todo, estaba descargando tapones de corcho para botellas de vodka barata, en Tirana.

    La Scarabeo perdió con el impacto una de sus tres dimensiones y quedó estirada sobre uno de sus, ahora, dos lados, adornada con champiñones, motzarela, salami, bacon i alcaparras –jamás había lucido tan bonita-, Jacin desapareció de la escena y en un primer momento ni siquiera Lucero, que estaba confundido, pero íntegro, lo pudo localizar. Pero en sus retinas, que en el momento del impacto miraban la caja blanca que a unos veinte metros estaba situada al otro lado del contenerutas, aún persistía el fogonazo del flash.

    Motocán se empezaba a forjar, y Lucero aún no lo sabía.

    Amador2008-11-26 01:34:32

    #101456
    Anónimo
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    Que dramatismo tan brutal!

    Salami y bacon juntos, en una pizza!

    Flipate!!

    #101457
    Anónimo
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    CAPITULO II
    (La segunda mascota)

    Durante esta época del año, y particularmente durante las horas de más calor, no había manera de distinguir lo comestible de lo que no lo era. La canícula veraniega homogeneizaba la temperatura de todas las cosa, las alimenticias y las otras, de modo que Zzzzsssst, desde el momento en que el sol empezaba a apretar, y hasta bien entrada la tarde se dedicaba a vagabundear sin rumbo, inmerso en pensamientos de tipo filosófico, metafísico, o cualesquiera otros que lo tuvieran entretenido, con el fin de mantenerse ajeno a los requerimientos de su estómago.

    En ese momento se entretenía viendo avanzar por delante de él, y a unos tres metros de distancia, un objeto curiosísimo que emitía un zumbido tintineante que se le antojaba simpático y cercano.
    Desde su posición, unos ciento cincuenta centímetros por encima del objeto, podía distinguir una especie de caja roja acabada en una esfera amarilla de la que salían unos brazos a derecha e izquierda que sujetaban algo. Detrás de la caja, metido en una especie de cesta y asomando la cabeza, había algo que le recordaba un tipo de comida familiar. Le resultaba familiar porque tenía experiencia en intentar comer de cosas como esa. Era muy difícil, a veces se conseguía, pero era muy difícil. Había que apartar gran cantidad de hilos malolientes, e incluso competir con otros comensales antes de poder instalar la maquinaria de succión.

    Súbitamente el objeto que observaba realizó un quiebro hacia la izquierda, Zzzzsssst, absorto como estaba en sus pensamientos dio un respingo casi reflejo y se vio inmerso en el más salvaje de los huracanes que jamás hubiese podido imaginar, al tiempo que una gigantesca muralla metálica que corría como si la persiguieran mil demonios, tapaba completamente el sol por su costado izquierdo.

    Sudó tinta roja maniobrando los flaps y el timón de cola, y le costó horrores mantener el morro alto para evitar una cavitación que lo hiciera entrar en barrena –no era plan acabar como una minúscula mancha roja en el asfalto-, y encima con el estómago vacío.

    Cuando creyó tener controlado el vuelo y pudo volver a mirar hacia delante para arumbar, vio reflejada en los ojos del peludo alimento con orejas que viajaba metido en la cesta, una intensa luz, que milésimas de segundo más tarde fue a impactar en sus propios cientos de ojos.

    Zzzzsssst, no lo sabía, pero iba a cambiar de nombre.

    Había nacido Mosquimoto.

    Amador2008-11-26 01:37:48

    #101458
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    CAPITULO III
    (La toma de conciencia)

    Galécrates miró de reojo el reloj que presidía la salita de la cafetera, la que usaban para tomar un refrigerio en las largas y estresantes guardias nocturnas, dio un último sorbo al cortado ya frío, y cuando se disponía a tirar el vaso de plástico a la papelera, lo oyó.

    Acababa de entrar una ambulancia en la recepción de urgéncias,con la sirena conectada.

    -¡ Joder ¡, por diez minutos. Pensó para sus adentros. Era la tercera vez que esta semana se veía obligado a alargar su guardia.

    Apresurado y con semblante circunspecto salió al encuentro de los asistentes sanitarios, topándose con la camilla que hacían avanzar por el pasillo de los box.

    -Informe. Dijo , dirigiéndose al sanitario
    -Un motorista, politraumatismos múltiples, ha hecho un paro durante el traslado. Lo veo muy mal, este pringa.

    Galécrates, ignorando la frase final, se extrañó de la apacible e inmaculada apariencia que presentaba el semblante del accidentado, pero siguió caminando ligero junto a la camilla, al tiempo que bajo la sábana verde tomó la muñeca del accidentado para comprobar su pulso. Parecía latir acompasadamente.

    Al llegar al quirófano de urgencias, dos enfermeras los estaban esperando con todo el equipo dispuesto, y una de ellas , la que parecía ser mas veterana, se dispuso a relatar al Dr. Hipono el informe de ingreso al tiempo que Galécrates apartaba la sábana dispuesto a actuar.

    Después de tan solo tres minutos de inspección, y mientras el equipo –El Dr. Hipono, las dos enfermeras y los dos sanitarios de la ambulancia, llamados exprofeso-, debatía que narices era aquella broma, Jacinto despegó sus párpados, miró a su alrededor, y sus ojos fueron a clavarse en la plaquita de plástico que Galécrates lucía prendida de su bata verde.

    -Dr. Galécrates Hipono Usart, Traumatólogo. Leyó de corrido mientras empezaba a recordar.

    Los sanitarios se deshacían en explicaciones sobre el accidente y el estado en que encontraron a Jacin, que si estaba tendido en el carril contrario al que circulaba y en una postura imposible, que había recorrido mas de setenta metros atravesando la mediana de la autopista después de traspasar el tupido seto de adelfas, que sangraba abundantemente por la cabeza…

    Jacin, oía las explicaciones e inconscientemente iba asintiendo, pues empezaba a recordar lo ocurrido. Poco a poco fue comprendiendo la situación. No sabía la causa, pero ya empezaba a saberse poseedor de algo especial, de algo único, extraordinario y poderoso, de algo –eso no lo sabía- que iba a ser la peor pesadilla de Pedro Nadetarro y la nefanda DGTR.

    Amador2008-11-28 01:38:03

    #101459
    Anónimo
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    CAPITULO IV
    (La desaparición de la prueba)

    No era normal y la señora de Quijano empezaba a mostrar signos de inquietud, más bien de cabreo, pasaban veinte minutos de las dos y las pizzas no llegaban. A las cuatro y media había quedado con Piluca, Vero y Blanca -compatriotas suyas-, para la partida de bridge, aún tenia que hacerse las uñas, la toga y pintarse y ni siquiera había empezado a comer. De modo que tomó cartas en el asunto:

    -Ernesto Carlos, hacé el favor de ubicar al pizzero. Tenés el número del celular sobre la mesita. Apresuráte.

    El señor Quijano, conocedor experimentado –28 años de matrimonio dan para mucho- del grado de enfado de su mujer -por el tono de su voz y por que en esas ocasiones marcaba exageradamente su acento porteño-, localizó el papelito donde estaba anotado el número y marcó.

    La ambulancia había quedado aparcada en el arcén derecho a tres o cuatro metros de la grúa –un destartalado Land Rover ciento nueve corto de cabina separada- que vino a recoger lo que quedaba del Scarabeo, de modo que después de asistir al accidentado en el lugar en que lo encontraron, trasladarlo en la camilla hasta el vehículo y acomodarlo, el sanitario jefe se quedó en la parte trasera y Carlitos, el chofer, arrancó el motor e inició la marcha atrás para poder maniobrar esquivando al gruista que andaba trasteando, con las manos llenas de motzzarela y tomate, los restos de la moto.

    -Dos extraños son….los que se miran.Dos extraños son…

    Casi inmediatamente Carlitos alargó la maño derecha buscando el móvil de donde procedía la melodía.
    Después de recogerlo del suelo, mientras se dirigía hacia el accidentado, en lugar de entregarlo a los Cuadrantes azules, distraídamente, se lo había colocado en el bolsillo del chaleco reflectante, y al subir a la ambulancia lo había dejado en el salpicadero.

    Sin dejar de acelerar, marcha atrás, apretó la tecla verde del móvil y se lo acercó a la oreja.

    -Diga ¡

    Y lo único que pudo oír fue un tremendo golpe que provenía de la parte trasera de la ambulancia, el teléfono se le escapó de las manos mientras su cogote se hundía en el reposacabezas.

    Había destrozado la caja blanca con el lateral trasero derecho del coche, pasando la esquina del mismo por los únicos dos metros en muchos kilómetros en que no había contenerutas.

    Eliminada así toda posibilidad de obtener alguna pista sobre la causa de su metamorfosis, Lucero y Zzzzsssst, como movidos por una única voluntad, se dirigieron con gesto cómplice hacía la grúa, dispuestos a subirse a ella en cuanto iniciara la marcha.

    Algo les decía que debían hacerlo, para así, poder reunirse con Jacin.

    Amador2009-01-18 19:48:26

    #101460
    Anónimo
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    CAPÍTULO V
    (La nueva personalidad)

    Todo el personal que había tenido que ver con el accidente se hallaba reunido en el despacho del inspector-jefe que en ese momento marcaba el número de su superior jerárquico para traspasarle el marrón.

    Galécrates, a pesar de los apretones de estómago que padecía y del lío que se había montado con el ingreso de un “código azul”(*) que tenía que ser dado de alta ya que su estado era inmejorable tan solo tres minutos después del ingreso, se dedicaba a dejar volar su imaginación pensando que a pesar de todo no estaba mal, era el éxito profesional más grande de su carrera, un caso como aquel; politraumatismos múltiples con parada cardiaca, pérdida de masa encefálica y coma presuntamente irreversible, que además estaba certificado por el informe de pre-ingreso facilitado por los sanitarios de la ambulancia, nunca nadie lo había resuelto en tan solo tres minutos. Mira por donde aún podía hacerse famoso, y quién sabe; optar al Nóbel.

    En cualquier caso el hambre lo torturaba, la reunión tenía pinta de no tener fin, y su Bentley Mark IV, marcaba ya las cinco y cinco.

    Una hora y media antes, cansado ya de esperar sentado en la mesa de operaciones del quirófano de urgencias, Jacin tomó una decisión, y vestido de verde con un fonendoscopio colgado al cuello salió tan tranquilo por la puerta principal.

    Quería llegar cuanto antes y quería caminar rápido pero se veía obligado a contenerse, no acertada a comprender del todo que estaba pasando, cada vez que intentaba acelerar el paso recorría treinta o cuarenta metros sin esfuerzo, aún no se hacía con sus nuevos poderes.

    Súbitamente sus oídos percibieron el primer siseo que producen unas Galfer cuando se están acercando al disco impulsadas por la presión descontrolada que se ejerce en la maneta del freno cuando por causa del pánico esta es accionada.

    Doce milésimas de segundo más tarde había acomodado a la viejecita, aún temblorosa, en una silla de la terraza de la cafetería “El Canari Lila” y se despedía con un apretón de manos del chaval que conducía la Derbi GPR 125 trucada, en medio de un círculo de transeúntes que aplaudían a rabiar.

    No estaba mal para ser su primer trabajo, pero debía buscarse una ropa más apropiada, no le gustó nada que la viejecita le dijera; -Gracias doctor-, mientras la depositaba, descendiendo desde arriba, en la silla.

    Así que tomó la segunda decisión consciente desde su transformación, y en el tiempo de llenarse los pulmones de aire, paseaba entre multitud de telas y tejidos.

    Estaba en la tercera planta del Corte Inglés.

    (*)En los hospitales, interuptor que emite una señal electrónica a los integrantes del Equipo de Código Azul, útil para casos de extrema gravedad.Amador2008-11-30 01:07:12

    #101461
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    CAPITULO VI
    (El reencuentro)

    Ernesto Carlos Quijano era un triunfador nato, la vida le sonreía permanentemente, no podía quejarse de su carrera profesional -era un alto ejecutivo de una multinacional petrolera- , caía bien a las mujeres, a todas, tenia amarrado un lujoso yate de 21 metros en el náutico de Barcieloola, un Swan 46 MK II con una magnífica cubierta de teca en Puerto Banús, era alto y bien plantado y tenía la labia de un porteño con clase. Pero había una cosa, solo una, que le amargaba la vida, y que era incapaz de corregir; los veintiocho años de matrimonio con Martina. Así cuando está le gritó:

    -Ché boludo, mové la colita y bajá al boliiiiche.

    A pesar de ser no haber hecho mención a su orto y las variadas cosa que iba a meterle por el, como era usual, si no lo hacía inmediatamente, salió escopeteado hacia la puerta, no sin antes tomar al vuelo su billetero Montblanc, de piel de ornitorrinco, que como siempre descansaba sobre la mesita del hall.

    Después de pulsar varias veces seguidas el botón de llamada del ascensor sin éxito, bajó las escaleras de dos en dos y sin saludar al conserje y a paso ligero, muy ligero, atravesó el portal y giró a la derecha con el firme propósito de superar los escasos cincuenta metros que lo separaban del bar “Manolo el Gallego”, en el mínimo tiempo posible.

    Acuciado por la prisa a causa del terror que le producía que Martina pensara que se había entretenido innecesariamente, no reparó en el perro que sentado en el escalón del portal le seguía con la mirada, y tampoco notó el sutil pinchazo en la nuca.

    Lucero y Zzzzsssst, por indicación del primero, habían decidido dirigirse hacia el domicilio de los señores de Quijano después de que el propio Lucero quedara suspendido del aire, y comprobar que lo podía hacer a voluntad, cuando el Land Rover 109 corto de cabina independiente pasó a toda mecha por uno de esos obstáculos que con objeto de reducir la velocidad, el ayuntamiento, había puesto de moda.

    Ernesto Carlos fue aminorando el paso y en el instante en que iba a empujar la puerta del bar tomó una decisión incomprensible y en cierto modo, heroica, dio la vuelta y deshizo el camino. La zorra de su mujer iba a saber de una vez por todas quién era él. Zzzzsssst había decidido saciar su apetito y de paso hacerle un favor al pobre hombre.

    Jacin con tres bolsas del Corte Inglés en la mano y vestido con gorra roja y su sempiterno chándal Adidas de color negro con dos rayas blancas verticales recorriendo las perneras –pero nuevo de trinca-, apareció por la esquina. Al verlo Lucero y Zzzzsssst, corrieron…, volaron hacia él.

    Amador2009-01-18 19:44:52

    #101462
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    CAPITULO VII
    (El mundo empieza a enterarse)

    Gramoz Pashko, siguió durante todo el viaje peleándose con sus mocos, el potente sistema de refrigeración en cabina de su Man TGX 540 con cambio “TipMatic” y las temperaturas de primeros de agosto en la meseta central el Reino Borboneante, resultaron un cóctel letal para sus pituitarias. Llevaba ya gastados 98 € en “Kleenex” cuando tras atravesar el puente de Monina acompañaba a los guardias del prush*t(*) en la inspección de la carga.

    Después de una hora de concienzuda revisión del vehículo y la carga le devolvieron los documentos debidamente sellados dejándole el paso franco. Ya podía poner rumbo hacia Rinas.

    Como siempre que regresaba a casa, su mente andaba entretenida en la diferencia que suponía rodar por las magníficas autopistas de centroeuropa o por las mal asfaltadas, estrecha y caóticas carreteras segundarias de Albania. De todos modos era igual, como en casa en ninguna parte.

    Tan solo le faltaban cinco o seis horas, contando el tiempo de la descarga, para, por fin, poderse curar de golpe la molesta moquera. Se iba a zumbar una botella entera de raki (*) en cuanto traspasara la puerta de su chabola, pero ahora lo más importante era llenar el estómago, desde las ocho de la mañana no había tomado nada, y si no se apresuraba cuando llegara al Xibraku, restaurante donde siempre se detenía al regreso de sus viajes, ya no le servirían.

    Diez minutos antes de cerrar la cocina, Gramoz, estaba sentado a la mesa y esperaba el “fërgesë” con pimientos. Abrió el Veriu Observer por la primera página, y la foto, y más tarde el titular y la crónica de la noticia lo dejaron helado.

    No había en la noticia nada que pareciera indicar que había sido él el causante de aquel desastre, de modo que hizo de tripas corazón y siguió ojeando el periódico con aparente tranquilidad.

    En la página siete, en el apartado “Cosas curiosas en el Mundo”, el encabezamiento de una de las telegráficas noticias que conformaban la sección, volvió a llamar su atención.

    -Anciana da un salto prodigioso y se salva de un atropello-
    Reino Borboneante: Según Reuters Group plc, y confirmado por fuentes fiables, una anciana de ochenta y dos años con obesidad mórbida da un salto espectacular de cinco metros de altura para evitar ser arrollada por una moto, según afirman diversos testimonios presenciales.

    (*) prush*t-puesto fronterizo

    raki-bebida alcoholica tradicionalAmador2008-12-31 02:45:16

    #101463
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    CAPITULO VIII
    (La búsqueda imposible)

    Cuando finalmente la encontraron se hallaba interrogando a una dependienta de “Furest”, que acababa de incorporarse a su trabajo después del descanso para el almuerzo de medio día, y que la observaba con cara de incredulidad, sobre si había visto a su hijo de unos siete años jugar por las proximidades, ya que no había regresado a casa a merendar.

    -Este niño es un demonio, me va a matar a disgustos-, Exclamaba.

    Tras lo cual procedía a dar a la perpleja dependienta toda suerte de detalles sobre la ropa que vestía el niño.

    Así fue como Don Cucufate –su hijo-, y Montserrat –su hija política-, es decir la esposa de Don Cucufate, finalmente la encontraron después de más de una hora de dar vueltas por el barrio y recorrer los lugares a donde acostumbraba a ir cada vez que se perdía.

    El estado de la mamá requería plantearse en serio que no debían dejarla salir a pasear sola. La demencia senil había llegado a un punto en que la mamá debía estar siempre vigilada.

    Cuando finalmente llegaron a casa y Don Cucufate pudo regresar al negocio familiar –un colmado de productos selectos en la parte alta de la ciudad-, Montserrat decidió dedicarse a buscar al médico ese que según repetía incansablemente su suegra desde que la metieron en el coche tras localizarla, le había salvado la vida.

    Así que tomó el listín telefónico y lo abrió por la G de Galeno, Hipócrates Galeno, decía la señora que ponía en la plaquita de la bata. No encontró ningún nombre ni siquiera parecido, pero su suegra no dejaba de insistir, de modo que se ocurrió buscar por la H de Hipócrates. No era la primera vez que Marteta, su suegra confundía cosas.

    Por Hipócrates no aparecía ningún apellido, pero sus ojos parecían verlo en algún lugar de la lista, de modo que siguió la columna y allí estaba. Vaya confusión la de su suegra.

    Anotó: “Hipono Usart, Galécrates”, y dos números de siete cifras, uno precedido entre paréntesis de la frase “Domicilio particular”, y el otro de la palabra “Hospital”. Después, marcó el segundo.

    Al Dr. Galécrates Hipono se le acabó pronto su sueño de obtener el Nóbel de medicina, resulta que la cruda realidad era que al hospital se le había perdido un accidentado terminal, si es que no era ya un cadáver. Y ese era un tema muy peliagudo.

    El órgano de dirección del patronato que regía el hospital había decidido dar unas vacaciones al Dr. Hipono –para quitarlo de en medio y alejar la posibilidad de que la prensa tuviera noticia-, y contratar los servicios de un detective para que investigara porqué el Dr. Hipono estaba la tarde anterior salvando ancianas de ser atropelladas, mientras al mismo tiempo estaba reunido en el despacho del inspector jefe por causa de un ingresado que no estaba ingresado.

    Aquella había sido una mañana prolija en decisiones tajantes para el patronato.

    Para Motomán y sus mascotas, tan solo la primera mañana de sus nuevas vidas.

    Amador2008-12-01 23:54:02

    #101464
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    Amador: !!que capacidad de producción folletinesca…¡¡ Digna de Alejandro Dumas (padre)

    Que tiemble Carlos Ruiz Zafón, que llegan Amador y Motoman a echarles del top ten.

    #101465
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    CAPITULO IX
    (Se empieza a fraguar un plan)

    En cierto modo el Director general de la DGTR era un ferviente seguidor de las teorías epicúreas, eso sí, si circunscribimos su disfrute hedonista solo al hecho de complacer a sus superiores.
    Por cumplir sus insaciables deseos era capaz de todo, incluso, si era preciso y sospechaba que eso podía dar satisfacción a los jefes, de disfrazarse de Curro Jiménez para comparecer ante los medios de comunicación para decir las sandeces con que acostumbraba a adornar sus comparecencias.
    Tenía, a los ojos de los demás, la mala costumbre de sacudirse las muchas responsabilidades que se le achacaban, haciendo bromas de dudoso gusto sobre la opinión ajena, e incluso profería sentencias y chascarrillos con objeto de burlarse abiertamente de sus conciudadanos. Bueno, o era eso, y lo hacía alevosamente, o él mismo era un mentecato de entendederas limitadas pero dotado de un altísimo concepto de si mismo y convencido poseedor de la más elevada de las inteligencias.
    Como quiera que fuese, que para el caso da lo mismo, todas las iniciativas y acciones que promovía en nombre de la seguridad del personal y con el noble destino de salvar vidas y accidentes las articulaba para que las arcas de su querida DGTR engrosaran cada vez más para poder dedicar más recursos para poder recaudar más. Un sinsentido, a no ser que alguien también engrosara sus propias arcas personales.
    Lo que era evidente, es que lo que no hacía, era nada que realmente fuera efectivo para rebajar la siniestralidad de las vías del Reino, que no pasara por ralentizar hasta el paroxismo la fluidez del tráfico.
    Nunca se le ocurrió que formar a los futuros conductores desde la más tierna infancia, pudiera hacer crecer en su percepción el sentido de responsabilidad y la sensatez precisas para compartir caminos con otros conductores. Tampoco pensó jamás que promover accesos, graduales, escalonados y dirigidos desde las instancias escolares, a la obtención de licencias para conducir, incluso con prácticas para cultivar la pericia, pudiera ser algo positivo.
    Si un farol sabes que es duro, co**o, no choques con el que te harás daño. Repetía
    Si el firme está lleno de grava y baches y además en sus lindes hay protecciones que acechan cortantes como guillotinas para preservar la flora y la fauna circundante, de tus salidas de pista, joder, ves en tren. Pensaba
    Si por aquí no quiero que corras más que yo, que voy a pié, pues pongo un muro, y a ver como lo saltas. Hacía
    Que no hay puntos negros, que os referís a los agujeros negros, y esos están, bueno, no están, en el espacio exterior. No en mis carreteras.
    Pocas muy pocas cosas le quedaban por prohibir;
    No fumes, no hables, no te distraigas, no pongas la radio, no pelotillas al volate. no corras, no andes, no salgas de casa, véndete el coche, cómprate un burro.
    Esa era su política.

    Y por ahora le iba bien, demasiado bien.

    El mismo año que Iba Lupino estrenaba “El Autostopista” nacía en la misma ciudad que ahora veía nacer a Motomán, -seguramente esa coincidencia fue la causante de que años más tarde prohibiera esa práctica-, Pedro Nadetarro. Más tarde se graduó en Ingeniería Industrial –nadie sabe como- en la misma ciudad. Y amante, como era, del poco curro, o consciente de sus limitaciones para competir profesionalmente, opositó al CSITSS (Cuerpo Superior de Inspectores de Trabajo y Seguridad de los socios que pagan).
    Así fue escalando posiciones gracias al amiguismo, el chaqueteo y la medra innoble, para tras pasar por La Consellería del Curro como delegado, la Jefatura del Gabinete del Virrey Civil de Barcieloola y de llegar a ejercer incluso de Virrey de la misma ciudad, y después de un período de “prácticas” como Director del Servicio de Transportes en la casa de la parte izquierda de la plaza del Santo Jacobo, llegaría, por fin, a su anhelada meta, a su deseado y, para él, orgásmico objetivo: la dirección de la poderosa y productiva –económicamente hablando- DGTR.

    Tal era el estado de la situación, y sobre todas estas cosas y otras de parecida índole, había estado soñando Jacin la primera noche de su nueva vida.

    Después del desayuno se sentarían los tres, desde ahora inseparables amigos, a poner hilo a su justiciera aguja.

    #101466
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    CAPITULO X
    (Sin subtítulo)

    El encargado de recepción de mercaderías estampó su firma en el albarán.

    Procedía, así constaba en los documentos, de Albania, y estaba destinada a tapar las miles de botellas de vodka barato que, por orden del mismísimo presidente, se destinaba a mantener las mentes de los ciudadanos de la federación en permanente y continuado estado letárgico.

    Vyacheslav Muchomamevich no recordaba haber oído hablar de alcornoques en Albania, pero eso entraba dentro de lo normal, como empleado de Smirsiff Artel, destilería propiedad del estado, tenía, gratis, todo el vodka que pudiera consumir. Y eso era incompatible con pensar y recordar.

    Así que cuando el Kamaz verde de tres ejes, partió, siguió con su trabajo, se sentó en la garita y abrió otra botella, ignorante del tortuoso camino que la mercancía había seguido hasta llegar a su destino en las afueras de Voronezh.

    Dmediometri Meovedecev, siguiendo las inviolables consignas de su mentor y jefe en la sombra, Vladímir Vladímirovich Reputin, había tenido sumo cuidado en no aparentar ninguna relación comercial con cualquiera de los países de la Unión de la que yació con Zeus, de manera que para este caso tuvo que recurrir al ministro de comercio exterior del Cana-Adá, país que le debía un favor al haber consentido figurar como el suministrador al Reino Borboneante de los radares-cubo-de-basura, que por sugerencia del Director General de la DGTR de este último país, había comprado al suyo.

    Desde que José Tontería Ánsar en represalia por el deseo de Reputin de apropiarse de toda la cosecha de Vega Sicilia y Don Simón, comprara a medias con Georges Pelopúvico una destilería rusa, las relaciones comerciales entre ambos países no debían ser conocidas.

    Por esa razón los tapones de corcho viajaron por mar desde una remota cala en el litoral noreste del Reino Borboneante hasta el pueblecito de Murtinheira, en la costa atlántica de la península extremo-occidental del continente de la que yació con Zeus, donde Gramoz Pashko la recogió cargándola en un remolque de gran tonelaje con el que gracias a una tractora Volvo FH 12 420, atravesó todo el Reino Borboneante para más tarde, en Bayreuth sustituirla por su Man TGX 540 con cambio “TipMatic”, con el que llegaría al aeropuerto de Rina para su embarque en un destartalado Antonov 22 Antheus, sin matrícula ni bandera.

    Mientras, en Barcieloola, Arnaldo Lalupa, seguía sin ninguna pista con que satisfacer a su cliente. El Dr. Hipono se iba a pegar las vacaciones más largas de su vida.

    Amador2008-12-10 01:50:58

    #101467
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    CAPITULO XI
    (Deshaciendo el ovillo)

    Pulsó “Pause” en el mando de la “Play”, se sacudió las palomitas que adornaban la sudadera Lonsdale de color caqui, y por si acaso se calzó las TNT Ranger de catorce agujeros, y justo cuando el timbre sonaba de nuevo por cuarta vez, abrió la puerta.

    -Carlos Sirena Pipopipó?, vorrei chiederle alcune comande.

    La firmeza en la expresión, la anchura y la mirada penetrante del hombre que vestido con exquisitez casi ridícula se hallaba plantado delante de él, hicieron que Carlitos entendiera la pegunta a la perfección y le hiciera pasar al interior, sin ni siquiera pensarlo.

    Condujo al visitante hacia el comedor sorteando la ropa que andaba tirada por el suelo, unas tres o cuatro bolsas de basura que esperaban desde hacía una semana a que alguien las bajara al contenedor y varias revistas de ideología skin.

    Antes de que pudiera sentarse, el hombre corpulento le espetó:

    -Según le nostri informazioni –Arnaldo Lalupa siempre se refería a él en plural, daba más importancia y despistaba a los interrogados sobre su verdadera identidad-, usted era alla guida de la ambulancia que trasladó el pasado lunes a un accidentado non identificato, al Hospital Cíclico de la città. ¿É vero?.

    Arnaldo, nacido cuarenta y dos años antes, en Caltanisseta pero criado en Palermo, en un primer momento, y a la vista de la indumentaria que vestía Carlitos y de la literatura que a todas luces consumía, pensó que se iban a entender. Después afinando la vista estuvo a punto de torcer el gesto, no obstante –eran muchos años de profesión- se contuvo y esperó la respuesta con cara de póquer.

    Carlitos apartó de un manotazo las palomitas del raído sofá, se sentó y respondió escueto:

    -Sí.

    -Beh, una cosa che forse puoi dirmi dove site. ¿Tiene usted il cellulare?.

    Carlitos tenía mucho que esconder, sus actividades como skinred no eran como para ponerlo de ejemplo en ningún colegio de monjas, y aunque sabía que tenía razón y lo que hacía tenía una buena justificación ideológica, no era como para que aquel poli encontrara motivos más allá de la investigación, que según pensaba, estaba llevando a cabo. No obstante creyó inteligente simular desconcierto.

    -Claro que tengo un “celulare” de esos, un móvil quiero decir…, Espere, se refiere al móvil del accidentado. Lo había olvidado por completo, debe seguir en el coche, en la ambulancia.

    El detective Lalupa jugaba con las cartas marcadas, había conseguido hablar con Martina de Quijano esa misma mañana tras averiguar la pizzería que había recibido el encargo después de visitar el depósito de vehículos accidentados y gracias a la pintura que aún quedaba indemne de lo que había sido el cofre de la Scarabeo. Tuvo la suerte de que a pesar de tratarse de un pizzero “feelance” pusiera precisamente la pegatina de aquella pizzería en la moto.
    Así que ya tenía varios datos seguros; Jacin el nombre del accidentado –Martina de Quijano le dijo que siempre insistía en que fuera él quién llevara los encargos- , la existencia de un móvil, y que, por el estruendo que oyó el marido de Martina a través del móvil, lo más seguro era que lo tuvieran los de la ambulancia, y el estruendo fuera causado por el accidente que esta sufrió contra la caja del radar.

    Carlitos era el tercer hilo de un ovillo que jamás –él no lo sabía aún- Arnaldo, iba a desenmarañar.

    Dos paradas de metro más al norte, nuestros héroes ya tenía esbozado un plan.
    Amador2008-12-08 01:08:50

    #101468
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    CAPITULO XII
    (El ovillo se sigue enredando)

    Yolanda no se separaba del móvil ni siquiera para depilarse –tenía que tomar la decisión de ir a Corporation Steticdermo de una vez por todas, y pedir presupuesto- , la insólita y accidentada visita de Cucu y su mujer, la otra tarde, y sobre todo la falta de noticias desde hacía cuatro días, la tenía con el alma en vilo. Estaba tentada a pasarse la prudéncia por allí, y llamar ella.

    No era nada de tipo sentimental, pero para una joven, de buén ver, pero hueca, hija de inmigrantes, con un sueldo de ayudante de dependienta, el padre en paro por causa de no se que ERO y que vivía en el barrio Las Minas en un septimo de 71 metros cuadrados sin ascensor y con aluminosis, pillar un señor acomodado y que le diera todos los caprichos no era para andar con bromas. Además, Cucu, a pesar de la edad, se portaba, y por otro lado no le impedía darse otras alegrías.

    Antes de salir de casa para dirijirse al trabajo volvió a mirar el librillo rojo y blanco que tenía sobre la mesilla de noche.

    Delsú Vinió, Yolanda – Flye 0857 – 15 AGO 2008 – Seat 26B -, leyó una vez más.

    Apenas quedaba una semana para el viaje con Flori y Carla –Cal-la, como ella la llamaba-, y debía dejar todo acordado para que Cucu se reuniera con ella, con la escusa de un simposium sobre denominaciones de origen del mundo y las mejores selecciones para los mejores “gourdmand”.

    Se dirijió a la puerta y apartando un montón de “anoraks” de sus hermanos tomó el bolso del colgador, se ajustó las medias –era verano, pero trabajaba en Furest y era norma llevarlas- y salió.

    Con paso ligero y firme en sólo tres minutos superó las dos manzanas que separaban la estación de metro, de su casa, descendió las escaleras del acceso a la línia 12, y accedió al andén tras validar su “Multiviaje 30”.

    Ya en el andén, casi vacío, llamó su atención un cartel publicitarió que disimulaba una puerta firmemente cerrada.

    Lástima –pensó- , me gustaría ir a verla.

    El cartel anunciaba el inmimente estreno en las multisalas D’Ocars de la última película de Marilyn Street, “Kiwis Verdes, verdes”.

    Poco sopechaba Yolanda que tras ese cartel se ultimaban los detalles de un plan que revolucionaria el mundo.

    Amador2008-12-18 00:45:35

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