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05/02/2007 a las 23:25 #74115AnónimoInvitado
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Es cierto, ahora desde la calma de este lugar lo empiezo a comprender.
Por aquel entonces eran ya muchos los meses transcurridos en los que una única obsesión me asaltaba todas las noches cuando en la soledad de mi cuarto inspeccionaba todos y cada uno de los ángulos. Incluso los más insignificantes.
Durante ese tiempo se fue apoderando de mí la firme convicción que la única escapatoria, la única puerta de salida, tenia que encontrarse en un ángulo, o en una confluéncia de ellos.
De rodillas en el suelo o subido a una silla pasaba mis dedos por todos los ángulos de mi habitación, incluso por los angulos que forman el rodapiés y la pared, o los angulos del techo.
Sabía, intuía que los ángulos escondian la puerta, el hueco, el paso hacia el otro lado.
Me dediqué con fruicción enfermiza a leer todo lo que pude encontrar que hablara de ellos, pronto “De Triangulis omnimodis” o “Epiome in Almagestum” dejaron de tener secretos para mí.Así descubrí casualmente y grácias a Landáburu, la trigonometría esférica y con ello la relación entre ángulos y círculos. Eso me dio nuevas pistas y amplió mis obsesiones, ya no sólo observaba y repasaba con mis dedos todo objeto con formas angulares que se me presentaba, también los esféricos recababan mi atención, incluso las más disparatas combinaciones entre los unos y los otros me tenian obsesionado.
En cierta ocasión dispuse dentro del globo de una lámpara un viejo cartabón de madera de 10 centímetros recuperado de entre los objetos de mi época de escolar. Lo coloqué plano en el fondo de la esfera, procurando con sumo cuidado que sus tres vértices apoyaran en sendos puntos de la misma. Luego subido a un pequeño escabel alcancé la parte superior de la puerta del lavabo, la entreabrí -abría hacia la izquierda- lo suficiente, justo 50º, para poder disponer el globo de cristal de modo que se aguantara apoyado sobre la puerta y recostado sobre la pared. Tardé más de una hora hasta quedar convencido que el lado más largo del cartabón coincidía exactamente con la arista de la puerta de modo que el ángulo que marcaban la puerta y el lado del cartabón con el marco fueran exactamente iguales, al tiempo, que la distáncia entre el punto más cercano de la esfera al vértice que formaban la puerta y el marco fuera la misma que la lógitud del lado mayor del cartabón.
No podía explicar a nadie mis obsesiones so pena de aparecer ante sus ojos como un loco y eso complicaba en extremo mis experimentos al no poder contar con ayuda.
Tras varios intentos conseguí mi objetivo, y allí, sobre la puerta, como por arte de magia se sostenia el globo con su contenido. Cerré las ventanas y apagué todas las luces. En silencio y con una enorme excitació interior dejé fluir el tiempo.Nada, amaneció y no habia ocurrido nada.
Dediqué varias semanas a mejorar mi experimento. Introduje en la esfera tres compases –el desván aún guardaba una completa caja de ellos-, abiertos de forma que reproducian los ángulos del cartabón, y conseguí que a su vez estos soportaran sobre ellos en precario, pero con suficiente equilibrio, sendas canicas de vidrio cuyo volumen era exactamente 156 veces menor que el del globo. Las mismas veces que era menor la longitud del lado mayor del cartabón que el perímetro de la puerta del labavo.
Me pasaba el tiempo entrando y saliendo por la ventana del lavabo, lo hacia mediante una escalera situada en el exterior y formando con el suelo un ángulo de 117º, pués en ese lado de la casa la altura hasta la ventana era de 187 centímetros. Cubrí todas las aristas y ángulos de las paredes y techos del lavabo con pelotas de goma que me veía obligado a sobreinchar con una mancha manual para que su volumen fuese el mismo que el del globo, las aguantaba en su lugar con un listón de madera de los que se utilizan para proteger los cantos de las paredes. Coloqué 46 pelotas.
Durante todo ese tiempo cada noche me entregaba al mismo ritual; cerrar las ventanas y apagar todas las luces.
Cada fracaso me empujaba con más fuerza a un nuevo ensayo, cada ensayo me obligaba a leer y releer textos y tratados. Euler, Regiomontano, Fibovacci, Euclides, Galileo…, se convirtieron en mis maestros.
Senos, cosenos, tangentes, cuadrantes, radianes, funciones. Me resultaban tan familiares que ninguna otra cosa ocupaba mis pensamientos.
Ahora, creedme, me resulta doloroso hablar de esos siete años que pasé prisionero de mi obsesión. Ahora sé que perdí todo ese tiempo inutilmente, se que aunque hubiese vivido mil años dedicados a lo mismo, nunca hubiese descubierto la puerta, la salida.
También se que tenia razón, y que la respuesta está en los ángulos, en las esferas y en las medidas, pero que esta no se puede pretender encontrar a voluntad, simplemente, al margen de tu voluntad, la respuesta te encuentra a ti.
Hastiado de los rotundos y constantes fracasos en mí peculiar búsqueda, decidí olvidarme de todo y dedicarme a una vida más normal, más corriente. Recuperé mis antiguos hábitos, el trabajo, los amigos, el gusto por la comida, el cine, la lectura de entretenimiento…, y la moto, sobre todo, la moto.
Cuarentaiseis días después de mi decisión, en una fría mañana de enero, la del día siete, cuando estaba trazando una curva de izquierdas en la A-10 a 156 Km/h y cuando el ángulo de inclinación de la moto era de 50º, el pneumático delantero explotó, 187 metros por delante, sin yo saberlo, me esperaba amenazador un muro inclinado 27º con respecto a la vertical, el ángulo justo -117º con respecto al suelo- para permitirme pasar y llegar aquí.
Por fin encontré la puerta.
Amador2007-03-27 20:09:4207/02/2007 a las 07:09 #81322Fco. Javier Gómez HernándezParticipante- Debates: 99
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Chapeau!
Felicidades, maestro.
Me has dejado sin palabras07/02/2007 a las 20:13 #81323AnónimoInactivo- Debates: 60
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Amador lo tuyo es del CAPSA, FELIÇITATS.
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